miércoles, 22 de mayo de 2013

lunes, 20 de mayo de 2013

Tiempo de festejos Ricardo Mariño


Tiempo de festejos
Ricardo Mariño

Personajes
María, bella joven, en el día de su cumpleaños
José Emilio, joven revolucionario, enamorado de María
Madre de María, mujer española
Eusebia, esclava y mulata
Jacinto, joven español, enamorado de María
Españoles, criollos, invitados a la fiesta y músicos
Acto 1
25 de mayo de 1810 por la mañana, interior de una casa señorial. La madre de María y la esclava Eusebia prueban el vestido que la joven lucirá en la fiesta, a la noche
MADRE: (con acento español) ¡No pises el ruedo, María! ¡Hoy cumples quince años y pareces una niña!
MARÍA: ¡Es demasiado largo, mamá!
MADRE: ¡Te dije que limpiaras bien el piso, Eusebia! ¡La nena lo está barriendo con el vestido que usará en la fiesta de esta noche!
EUSEBIA: Es que también me ordenó que cocinara, limpiara las habitaciones, cepillara la levita del señor, recogiera frutas en la quinta, preparara jugos, envasara dulces y les llevara agua a los animales, ama.
MADRE: ¡Y que fueras a comprar cintas para adornar el vestido de la niña! ¡Te lo ordené hace dos días!
EUSEBIA: Y yo obedecí, ama. Pero en las tiendas no hay de esas cintas
MADRE: ¡No puede ser! La semana pasada tenían metros y metros
MARÍA: ¡Mi vestido se verá horrible! ¡El niño José Emilio no querrá ni mirarme!
EUSEBIA: Parece que alguien compró todas las cintas celestes y blancas de Buenos Aires. Y por el niño José Emilio... bueno...
MARÍA: ¿Qué?
EUSEBIA: No creo que venga...
MARÍA Y MADRE: ¿Cómo?
EUSEBIA:  Es que está con esos jóvenes revoltosos que quieren que el virrey se vaya...
MADRE: ¡No! ¿José Emilio? ¿Estás segura, Eusebia?


La marca del ganado Pablo de Santis


El primer animal apareció en el campo de los Dosen y a nadie le hubiera llamado la atención de no haber estado tan cerca del camino y con la cabeza colgando. Fue a fines del 82 o principios del 83, me acuerdo porque hacía pocos meses que había terminado la guerra y todos hablábamos del hijo de Vidal, el veterinario, que había desaparecido en el mar. Para escapar del dolor, de esa ausencia tan absoluta que ni tumba había, Vidal se entregó al trabajo, y como no eran suficientes los animales enfermos para llenar sus
horas, investigó cada una de las reses mutiladas que empezaron a aparecer desde entonces. En realidad nunca supimos con certeza si el de los Dosen fue el primer caso, porque sólo desde entonces nos preocuparon las señales: aquí nunca llamó la atención una vaca muerta.
Al principio los Dosen le echaron la culpa al Loco Spica, un viejo inofensivo que andaba cazando nutrias y gritando goles por el campo, con una radio portátil que había dejado de funcionar hacía un cuarto de siglo. A todos nos pareció una injusticia que los Dosen le echaran la culpa, porque el viejo podía matar algo
para comer, pero nunca hubiera hecho algo así: la cabeza casi seccionada, tiras de cuero arrancadas en distintos puntos de una manera caótica y precisa a la vez, como si el animal se hubiera convertido en objeto de una investigación o de un ritual. Y quedó claro que el Loco Spica no había tenido nada que ver, porque en marzo del 83, durante la inundación, apareció flotando en el río diez kilómetros al sur, y las mutilaciones –esa fue la palabra que usó Vidal, el veterinario, la primera vez y que todos nosotros usamos desde  entonces– continuaron.

NADAR DE PIE Sandra Comino


El viernes 4 de septiembre de 1998, a pesar de la actitud de todos los integrantes de la casa de no comprar más diarios, Gabriela volvió a acceder a un testimonio de un aviador que hablaba en el diario sobre la identidad de los restos encontrados en la isla Borbón, que en principio todos creyeron que
eran de Nardo.
–Esto no es cierto –gritó Gabriela–, ¿por qué no esperan los resultados del adn? ¿Por qué dan informaciones que no existen? ¿Por qué dan nombres si no están seguros? ¿Qué quieren tapar? ¿A quién molestan averiguando? 
–Te dije, Gaba, que no te ilusionaras.
–Hay familias pendientes de las noticias. ¿Por qué juegan con los sentimientos? Tenemos que investigar por nuestro lado.
–Nadie lo hizo a propósito, es la regla del juego. A quien informa no le importa lo que provoca la noticia. ¿No ves cómo los diarios se meten en todos lados, tía? –dijo Ernesto tratando de consolarla.
–Jorge, decime, ¿a quién puedo recurrir? ¿Por qué nos quedamos con lo que dicen los diarios nada más? ¿Por qué me vine al pueblo cuando tendría que haberme quedado en Buenos Aires e iniciar una  investigación?
–Perdoname, Gaba, pero nadie te va a escuchar.
–Pero hay que intentar que nos escuchen, Jorge.
–¿Se puede hacer esto de dar nombres y luego negarlos?
–No sé, Ernesto. Es raro que todo cierre así tan perfecto cuando hace tres días las dudas sembradas no cerraban.